tintero





Don quijote a la pluma
pluma y tintero
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Una vocación


     De niño, quería ser basurero. Para mis compañeros, decir de uno que era basurero o más, limpiabotas, era un insulto. Pero yo, quería ser basurero. La verdad, es que me encantaba hacer ruido. Cuando era niño, no había cubos de plástico sino de metal. En esta época bendita, el basurero vaciaba el cubo en el camión y lo tiraba a la acera. El choque, si el cubo había sido tirado con fuerza, era tan ruidoso que despertaba a todos los vecinos. Conseguí hacer mi sueño realidad, llegué a ser basurero. No fue difícil el combate con mis compañeros, nadie quería ser basurero y aprobé todas las asignaturas. ¡Qué felicidad! Sabía cuántas púas tiene el peine. No tengo un pelo de tonto y me agarraba de un pelo para hacer ruido. Vaciaba completamente los cubos chocándolos contra las adrales del camión. ¿Un cubo me estaba estorbando? Le daba fuertes patadas para echarlo lejos. A menudo, fingía estar enfadado por la lentitud del trabajo o la irresponsabilidad de la gente colocando mal los cubos para gritar palabrotas. Era el rey de la calle. Eso era de cajón. A los que se quejaban del ruido, les dejaba el cubo lleno y rápidamente se callaban. Además, me daban la propina y les tranquilizaba gritando por ejemplo « ¡señor Perea, su cubo está completamente vacío! ». Pero unos imbéciles, con el pretexto de ser ingenieros, se inventaron el cubo de plástico y el camión recolector de basura. ¡Adiós ruido! ¡Adiós placer! ¡Adiós felicidad!

     Entonces me volví cantante, cantante de calle esperando que los vecinos me tiraran monedas al suelo para sobrevivir. A veces, cantar es sólo hacer ruido. ¿No? Empecé cantando durante los días para aguzarme los dientes. Pero no despertaba a nadie. Y ya estaba con una mano atrás y otra delante. Luego, decidí cantar por las noches. Canto muy mal, lo sé. Y esta vez conseguí despertar a la gente. Pero la gente, enfadada, no me tiraba ni un duro, sino cubos de agua o el contenido de los orinales e incluso me insultaban : « come mierda (limpiaba mi ropa pero no me comía la mierda) me cago sobre tus padres (no era huérfano), vete a cagar (pero no tiraban los orinales) hijo de puta (no conocían a mi madre), cornudo (no estaba casado) chupapenes (jamás he chupado sino algunas pirulies que robé siendo niño, mi conciencia todavía me lo critica), culiabierto (ellos lo habían abierto antes de tirarme lo que me tiraban)... Yo, no soy un maricón y tengo cojones. Una noche, Se me hincharon las narices. Me puse rabioso y subí a hacer comer a la gente lo que me tiraba.

      Desperté en la cárcel teniendo un ojo en compota y dos dientes rotos. Me dolía el cuerpo entero. No recordaba nada. Pero no estaba tan mal : alojamiento, comida y ruido. Lo del cantante no podría haber seguido más, porque me comía los codos de hambre. Ver a perros peleándose por huesos me hacía agua los dientes. No me apetecía chupar más los ladrillos. Quedarse en la cárcel era mejor que saltarse la tapa de los sesos. ¿No? Acabé por ser carcelero. Me encantan los ruidos de la prisión. Hay ruido todo el día. Hay ruido toda la noche. Los presos se hablan de celda en celda, de planta en planta. Y para eso, no basta susurrar, hay que gritar. Y yo, añado mi ruido personal a todos los otros : el ruido de las llaves frotando los barrotes.

¡Por fin! ¡Estoy feliz!

Antón Terías, marzo 2010


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