tintero





Don quijote a la pluma
pluma y tintero
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Bicho malo, culo dorado
Amelia enseño la magnífica trucha que acababa de comprar en la pescadería. Había elegido la más fuerte y la más gorda de la pecera. Aún tenía sobresaltos. El padre pensó "¡a otro perro con ese hueso!". El entusiasmo súbito de Amelia para la pesca era sospechoso. De la noche a la mañana ella se había hecho una aficionada a este deporte y se había comprado botas y una caña de pescar. Mientras que Amelia cambiaba su ropa, el padre sacó las botas de la mochila. Ni una mancha de lodo en las suelas. Eso le puso al padre la mosca detrás de la oreja, estaba seguro de que había gato encerrado. Amelia había dicho que iría a pescar a la semana siguiente. El padre no podía seguirla para salir de dudas porque se enteraría su hija, y porque, siendo joyero, trabajaba a matacaballo. El padre, contrató a un detective que investigó y le envió su informe.

"Vuestra hija se ha encaprichado con un bicho malo, un holgazán, un chulo, un forajido de medio pelo, un salteador de caminos, un estafador sin envergadura. El 14 de mayo, su hija salió con su mochila de su casa. Tomó el autobús para ir a la estación de Atocha donde puso la mochila en una consigna automática. Luego caminó a galope tendido hasta la calle del Barquillo. En el restaurante venezolano La Candelita (calle del Barquillo, 30 28004 Madrid) la esperaba un chaval. Comieron un brunch venezolano con un toque picantón (según la carta), el criollo, con carne mechada, frijoles negros, huevos revueltos con pisto, queso fresco rallado y arepas. Después de comer como un animal, parecía tener hambre canina, el chaval pidió dos cocteles. Su hija se lo pagó todo. Dieron un paseo por el parque del Retiro que está cerca. Su hija alquiló una barca de remo y recorrieron el estanque. El chaval remaba y le cantaba a su hija canciones de gondolero. Luego fueron a sentarse en el césped. El gondolero empezó a contar sus proezas, unas hazañas increíbles, unos delirios quijotescos. Se hinchaba como un pavo. Todo era falso por supuesto, pero no se enteró su hija que se lo tragaba todo. Miraba al chaval con ojos de carnero degollado. Confiada, su hija se explayó largamente, le contó todo al chaval, le contó demasiado, imprudentemente, y como si no bastaba, el chaval la preguntaba. Pero estaba tan orgullosa de ser escuchada atentamente…. Cuando le dijo su hija que era joyero, el chaval se entusiasmo por esta profesión artística que revela el alma de los materiales más nobles. Aseguró que su alegría más grande sería visitar un taller de orfebre con el fin de enterarse de las técnicas más sutiles inventadas por el hombre para la más bella de las artes que corona la gloria de su genio. Debería decirle a su hija que tuviera cuidado, por la boca muere el pez. Se despidieron después de unos besos largos y lánguidos. Su hija fue a recoger su mochila, compró una trucha en la pescadería Evaristo García (calle de Recoletos, 12, 28001 Madrid). Antes de subir a su piso, se detuvo en el patio, abrió el grifo y se mojó la ropa.

Así como me lo pidió, investigué sobre el chaval, un tal Antonio Venero Pasta, un nombre y un apellido italianos, por eso le cantó canciones de gondolero a su hija. Es un granuja, un rufián que se pega como una ladilla a chicas ricas para estafarlas. Finge el gran amor y les pide dinero. Sólo liga con chicas aún cándidas, es un truhán de poca monta que chapucea engaños mediocres".


El padre colocó el informe del detective en un cajón que cerró bajo siete llaves. Pensaba: " Te conozco bacalao aunque vienes disfrazado, por el pan baila el can, pero, te voy a dar gato por liebre y te vas a caer del burro". Pero fue el padre el que cayó. Se puso enfermo y tuvo que acostarse. Cada día, el doctor, su amigo y padrino de Amelia venía a casa para vigilar la progresión de la enfermedad. Le aconsejó al padre que dijera a su hija que se distrajese con el fin de disipar sus angustias.

Amelia fue a pescar más a menudo. El padre no quería encerrarla en una atmósfera deletérea. Sin embargo su estado de salud no se mejoraba y rechazaba las propuestas de su hija que quería quedarse a su lado. Amelia se acordaba de esta enorme caja fuerte en la que podrían caber tres personas. Cuando tenía seis años, una vez escapando a la vigilancia de todos, se había escondido dentro. Jugaba a ser la princesa de un reino maravilloso: oro y joyas por todas partes donde ponía los ojos. ¡Qué bronca cuando se enteraron! Le echaron un puro, el que merecía. Su padre se había callado un instante para recobrar el aliento pero su recuerdo se disipó al proseguir su padre: Amelia dio un paseo maravilloso con su novio, cuando volvió encontró a su padre curado. Estaba bebiendo una copa de su mejor vino; el de las grandes ocasiones, el de los momentos especiales, El padre no quiso decir más y la familia se fue de juerga. Todos se lo pasaron estupendamente. Raramente Amelia había visto a su padre tan feliz.

Al día siguiente, el padre llevo a su hija a tomar un brunch en el restaurante La Candelita. Después, fueron al taller. Al entrar, el padre apagó la alarma. Amelia se asombró, Amelia buscó en su bolsa y en sus bolsillos. Los vació en vano El padre abrió la caja fuerte y Amelia, estupefacta, vio a su novio deshecho, miserable, desgraciado, sentado desnudo sobre un montón de lingotes de oro. El padre dijo a su hija que ella no tenía la culpa y dirigió la palabra al chaval. Amelia se partió de risa cuando se volvió el chaval para coger sur ropa. Había sudado y la pintura le había manchado el culo. Tenía el culo dorado. No hay medio más eficaz para poner fin a una historia de amor.

Antón Terías marzo de 2013


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