tintero





Don quijote a la pluma
pluma y tintero
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El ingenioso cartero Don que jode de la Mancha.


En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un cartero que se volvía mico y quedaba aturullado y despistado cada vez que tenía que entregar cartas a los habitantes del pueblo.

Solo había molinos (tal vez era el nombre del pueblo) en los que vivían molineros, por supuesto, mujeres de molineros, hijos de molineros, perros de molineros, gatos de molineros y ratones de molinos. Y todos se querían mucho excepto los seres humanos a los ratones, porque significaban la ruina del comercio, excepto los gatos a los ratones, porque son enemigos naturales, excepto los perros a los gatos porque son enemigos naturales también y a los ratones porque atraen a gatos, excepto los ratones a los demás porque solo les interesaba el trigo.

En este pueblo feliz, los molineros perseguían a los perros que perseguían a los gatos que perseguían a los ratones. Los niños perseguían a todos a pedradas, incluso al cartero que siempre se equivocaba.

Llevar el correo no era un trabajo, sino una pesadilla. En este pueblo de alta consanguineidad, todos los idiotas (menos los animales) llevaban el mismo nombre o el mismo apellido con variaciones ínfimas. Los varones se llamaban José y las hembras se llamaban María. ¿El apellido? Olvidado. Al decir verdad, olvidado no, pero demasiado complicado para gente de neuronas en número escaso.

Había fundado el pueblo un tal José García que se había casado con una tal María Sánchez que tenía muchas hermanas. Pero José se acostó con su mujer y también con su familia política. Al final de unas décadas, habían nacido en el pueblo, unos o unas José García Sánchez, José García García, María Sánchez García, José Sánchez Sánchez, María Sánchez García, María Sánchez Sánchez...

Con la de buzones rotos, los buzones sin placa, de las placas arrancadas o con apellidos medio borrados o tachados por excrementos de ratones, el cartero a quien todavía no habían puesto el mote de "Don que jode" tenía que entregar el correo en propia mano del destinatario (todavía tenía conciencia profesional).

Al principio, el cartero preguntaba a la bisabuela o tatarabuela o cuarta abuela o… no sabía bien quien era. Solo sabía que aún era lúcida, pero la ayuda no valía. El cartero se ponía nervioso cada vez que su jefe le entregaba cartas para alguien del pueblo.

Advertencia: He escrito esta pequeña introducción para ayudar al lector. Yo no soy escritor, soy ingeniero técnico del servicio de limpieza en un manicomio. He encontrado en la habitación de un residente un texto que merece la pena que pase a la posteridad. He sido fiel en la transcripción.

Sí, de verdad, fue una transcripción. Los inquilinos en estas instituciones no son siempre gente meticulosa, al contrario, he hallado trozos de hojas escritas en todos los rincones de las habitaciones: tapando el tubo de pasta de dientes, calzando la dentadura postiza que el propietario acababa de sacar de su boca para hundirla en el orinal (y darle flexibilidad), en el fondo de un vaso lleno de agua, en un cajón envolviendo la mermelada robada en el refectorio, pegados en la suelas de sus zapatos (para no tacharlas andando), en un paquete de pañuelos (el papel de las hojas más resistente que el de los pañuelos permite varias utilizaciones)... ¡un lío!

Además el autor tenía una letra muy mala y era un texto tan conmovedor que sus lágrimas habían borrado la tinta. Sin embargo, a pesar de estas pequeñas dificultades, llegué a reconstituir el texto que entrego con veracidad, le recuerdo, al lector querido.

"Me casé con la hermosísima María que vivía en el molino de al lado, hija de José y de María, hermana de José y de María, sobrina de José y de María. Dio luz a nuestros hijos: José y María. Todos los putos varones del pueblo eran envidiosos o mejor dicho celosos. Se sabía muy bien en el mundo entero que mi dulce María tenía la mejor mano para salar puerros que otra mujer de toda la Mancha".

Empieza estupendamente el relato. Estoy orgulloso de ser el primer etnólogo en revelar al mundo la costumbre típicamente española de salar puerros. Todavía se creía que solo se salaba el puerco, pero era desdeñar a nuestra civilización tan inventiva.

"Erámos felices pero lo destrozó todo un cabrón de cartero. Lo encontré por primera vez al otro lado del arroyo. Contemplaba nuestros molinos y parecía despistado. Al verme me dijo:
  • - Hombre, eso es gran servicio de Dios tan buena simiente sobre la faz de la tierra.
  • - No entiendo nada, ¿eres extranjero?
  • - Extranjero al pueblo sí. Veo al otro lado del arroyo treinta o poco más gigantes con quien pienso hacer batalla, ya que no tengo direcciones.
  • - ¿Qué me estás diciendo? que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento.
  • - ¡Ah! eres sanchopancesco.
  • - No, no hay ni Sancho ni Pancesco en nuestro pueblo. Me llamo José.
  • - Muy bien, tengo una carta para un tal José...
Le arranqué la carta de la mano. ¿Por qué decir tantas gilipolladas? Bastaba con entregarme la carta. Antes de irme le enseñé mi molino, el tercero desde la derecha y añadí que si sabía diferenciar la izquierda de la derecha y si sabía contar hasta tres, era capaz de entregarme el correo. Solo tenía que subir la escala para verme y no molestar a mi mujer ni a mis hijos que trabajaban mucho, pero habitualmente, yo me duermo en la orilla del arroyo esperando que el pez pique el anzuelo de mi línea provista de un cascabel para despertarme.
  • - ¿Hay peces en este arroyito?
  • - Todavía no lo sé puesto que aún no me ha despertado el cascabel.
  • - ¿Entonces por qué pescas?
  • - Para ahorrar. Alimento a mi familia con el pescado que pesco. Es gratuito, y tengo tiempo ya que mi mujer y mis hijos hacen todo el trabajo.
Yo no era un vago, y sabía manejar a mi familia, quería que se enterara de eso el cartero, pero en lugar de alabarme este bobo me contestó:
  • - Y al subir por la escala derecha toda la chusma me saludará como es usanza cuando una persona principal entra en un molino, diciendo "¡Hu, hu, hu!" tres veces. Yo merezco la escala de estribor.
Era un muermo, mi molino no era una galería. Al escuchar esta tontería supe que tendría problemas, y los tuve con la segunda carta (desgarré la primera que no era para mí).

Esta segunda carta, el cartero se la entregó a mi primo José. Era mi convocatoria para ir a la comisaria. Mi primo se olvidó de dármela. Se había equivocado el cartero porque el primer molino se había derrumbado, entonces el mío ahora era segundo. No me encontró el cartero, pero los policías sí que me encontraron. Un panadero había puesto una denuncia, decía haber encontrado yeso en la harina, y a él no le gustaba pagar yeso con precio de harina, y que además, eso ponía en peligro la salud de sus clientes. Tanto el comisario como el cartero hablaban de una manera muy rara.
  • - Me alegro de ver a un bromista como tú. ¿También sangras a los costales como el padre de Lazarillo?
  • - No conozco a ningún Lazarillo, a varios José sí que los conozco, pero de Lazarillo, ni idea. Yo ni entro en el molino, tengo otro trabajo: la pesca. Llena los sacos mi mujer. Le doy el dinero de la harina, es normal que le dé también el trabajo.
  • - Como la Celestina le dices: " Todo lo mío es tuyo."
  • - Tampoco conozco a la Celestina, pero a las María sí que las conozco bien."
Eso demuestra que en aquella época, en aquella región, se utilizaban muchas metáforas, hacían muchas referencias quizás literarias a obras perdidas. Hay que tener en cuenta que el anacronismo se esconde en cada línea. ¿Quién era ese Lazarillo? Seguramente un bandolero que sangraba los costales y dejaba a la gente herida gravemente. Pienso que la Celestina era una mujer aterrorizada que le proponía al bandolero darle sus joyas para que la dejara irse viva. Pero ¿cómo se puede confundir un molino con un gigante? He reflexionado en vano. ¿Y lo de la escala de estribor? Un molino no es un buque y no tiene izquierda ni derecha ya que es un círculo...¡Qué lástima! ¡tantas obras desconocidas! ¡Qué enriquecimiento hubiera sido para la literatura!

"El cartero dio la tercera carta a mi hermano José, nos parecemos mucho (por otra parte nosotros nos parecemos todos mucho en la familia). Había alquilado un molino más grande y moderno y había dejado el viejo a mi hermano José. Era una convocatoria para ir al tribunal, juzgaban el fraude de la harina mezclada con yeso. No me la entregó mi hermano, porque se había enfadado conmigo. Decía que le había engañado ya que en el molino no había trigo ni harina, sino sacos llenos de yeso. ¡Joder! ¿Qué iba a saber yo de lo que había en el molino? José siempre ha sido un zopenco que no entiende nada."

No era un sueño la vida sino una pesadilla para José. Se volvía loco con todos estos acontecimientos. Escribía cosas raras. Me acuerdo de haber leído una pregunta en sus papeles "(¿dónde") Vives Juan Luis (¿)" aunque sabía la respuesta ya que era a la vez alcalde de Zalamea y burlador de Sevilla. José era un hombre buscón a veces tan despistado que se preguntaba en italiano el buscón, ¿Qué vedo? Al principio era un siglo de oro para él, ganaba mucho dinero, pero iba a perder todo.

"La carta siguiente, la entregó el cartero a mi primo José. Como estábamos enfadados, José la puso debajo de la piedra del molino. Alguien se comió mi carta con su pan. El juez me había condenado a pagar una multa. Por supuesto no la pagué. Hice construir dos molinos uno para mi hijo José y otro para mi hija María ya que trabajaban mucho y bien. Volví a mi primer molino que estaba el tercero antes de ser el segundo, pero ahora era el cuarto y el cartero se equivocó otra vez."

Tengo que advertir a los lectores demasiado sensibles: la continuación se parece bastante a la cruel maldición de los Labdácidas (la familia de Edipo). Si el lector no tiene el valor de seguir, sería mejor que abandonase la lectura.

"El cartero entregó a José, el sobrino de mi tía María, una última advertencia: tenía que pagar la multa con intereses si no quería cumplir un año de cárcel por no haberla pagado. José y yo estábamos enojados a muerte, y eso por una pequeñita inocentada.

En aquella época criaba en varias jaulas ratas y ratones que son animales muy inteligentes. José me pilló abriéndolas en su molino. Cogió una pala para aplastar a las criaturas inocentes. No aguanto a los que no aguantan a los animales. Nos peleamos y desde ese día no nos dirigimos más la palabra."

En eso José tiene toda la razón. Los campesinos deben vivir en armonía perfecta con los animales, es una de las leyes de la naturaleza y del mundo agrícola. Desgraciadamente, algunos son unos brutos que no entienden nada de nuestra maravillosa naturaleza.

"José leyó la carta, la quemó y se asomó a la ventana de su molino para esperar la llegada de los policías. Soltó carcajadas cuando me llevaron a la cárcel."

Es el drama de Edipo matando a su padre. Nuestros peores enemigos los tenemos en el seno de nuestra familia propia. Pero siguió la vergüenza con su mujer. Esta vez actuó en el papel de Edipo, no José el sobrino de la tía María, sino el cartero mismo.

"El único miembro de mi familia con quien aún hablaba (se llamaba José) vino a verme a la sala de visitas de la cárcel. Me dijo que el cartero había encontrado mi molino (por fin) y que ayudaba mucho a mi mujer. Yo, por supuesto, no estaba en el pueblo y no podía pescar, entonces los dos se habían vuelto pecadores, o porque yo ya no podía pecar, se habían vuelto pescadores, no entendí bien ya que José siempre ha tenido una pronunciación fatal y una mente débil. Tampoco comprendí por qué los del pueblo habían dado al cartero un apodo extraño: Don que jode."

"Acta est fabula" (refrán alemán), fue una tragedia que afortunadamente no se terminó tan mal. José volvió a su pueblo y se puso a trabajar ya que su mujer no estaba allí. El correo funcionaba bien cuando volvió al molino.

"Ahora recibía todas las cartas, pero con muchos errores. En efecto, eran facturas de hoteles a la orilla del mar (nunca iba de vacaciones) y de restaurantes para dos personas (nunca comía en restaurantes y menos con otra persona). Pero tenía tanto miedo de volver a la cárcel que trabajaba para pagar todo. Al final me encantaba el oficio de molinero, no tenía tiempo para reflexionar (costaban mucho los errores del correo) y me acostaba tan cansado que me dormía en seguida."

José había logrado la ataraxia, la disposición del ánimo propuesta por los estoicos, es lo que yo creía, hasta que encontrase una conclusión escrita en la pared de su habitación. José la leía cada día afeitándose. Al principio pensaba que era solo un dibujo o unas líneas escritas en un idioma olvidado, tal vez maya, pero limpiando el espejo, me enteré de que era la famosa escritura en el espejo de algunos locos. A lo mejor José era menos loco de lo que creía.

"Pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las malas costumbres de poner siempre los mismos nombres de pila a los recién nacidos que, por las imposibilidades de encontrar al destinario, despistó a mi verdadero Don que jode, pero que van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale."

Terías, febrero de 2012


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