tintero





Don quijote a la pluma
pluma y tintero
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Cortesía


El turista es muy atento, conduce en pleno Madrid en las horas de entrega y no es nada fácil. Unos vehículos surgen de todas partes, otros bloquean la circulación y a veces hay que apretar los frenos. Afortunadamente, un amigo madrileño le guía a través del laberinto de calles. Pero hay ruidos, bocinas, insultos... A cada insulto, el turista niega con la cabeza pensando que los españoles son unos maleducados. pero al mismo tiempo, refuerza y aumenta su potencial léxico de expresiones callejeras: "¡Conduces como mi abuela! ¿Qué haces parado con el semáforo en verde esperas para que madure? ¡La madre que te parió se ha suicidado de vergüenza! ¿Cuánto has pagado tu carné? ¡Guapa, la cabeza sirve para algo más que para peinarse!..."

De repente, tiene que parar el coche detrás de una camioneta de entregas puertas grandes abiertas, disfrutaba de la riqueza inventiva de los españoles para insultar a alguien y no la había visto. Un repartidor transporta cajas llenas de verduras hasta la tienda de ultramarinos. Emilio, el madrileño se exaspera, Los dos hombres salen del coche y se acercan lentamente a la camioneta. Esperan que vuelva el hombre, fingiendo tomar aire pero vigilándole para que escuche. El turista guiña el ojo a Emilio y levanta el pulgar hacia arriba para felicitarle. Nada mejor que el ejemplo, nada mejor que estar en buena compañía. No hace falta mucho para que el español se vuelva educado. Sin embargo el hombre sigue imperturbablemente. Hay que ser menos evasivo. Otro guiño de ojo, pero el hombre no se da prisa para entregar la mercancía. Consulta atentamente la hoja de peticiones, verifica el número de cajas y su contenido, hace idas y vueltas muy tranquilamente. El hombre sigue inexorablemente e imperturbablemente, lento y quieto. Lleva a la tiendas las cajas una tras otra. Le importa un carajo los buenos discursos. Al turista, las cosas no le van como quiere, se entera de que hay que ser más directo, mucho más. Por fin, el hombre le hace caso. Los mira uno tras otro. No dice nada pero parece pensar. Busca algo en los bolsillos de la cazadora. El turista piensa que busca las llaves de la camioneta y se dice que por fin, con cortesía, convenció al hombre para que desplazara su camioneta para que pueda avanzar. Pero el hombre se sienta entre las cajas y dice: El hombre saca un bocadillo del bolsillo tira el papel que lo envolvía a los pies del turista, muerde el bocadillo y se concentra en su masticación.

Cogido de improviso por una actitud que no esperaba, el turista explota: Asustado por la mirada psicópata del turista que se había puesto como una cabra, el hombre se traga de un solo golpe el bocata, sube a la camioneta y arranca.

El turista suspira y vuelve al coche con su amigo.

Antón Terías abril de 2013


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