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Don quijote a la pluma
pluma y tintero
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El último cigarrillo
Ramón, con el cigarrillo en la boca, detuvo su mano armada del mechero al preguntarle el doctor. Ramón, muerto de angustia y recordando la película "¿Quién engañó a Roger Rabbit " su coartada cultural, exclamó; Eso le corto el sentido del humor a Ramón. Intentaba esconder su miedo, pero ahora, era inútil. Preguntó, sabiendo lo que iba a ser la repuesta: Ramón se tragó su chiste: por lo tanto, ochenta por ciento mueren por no fumar, luego, no fumar es peligroso... Ramón salió estresado. Buscó una terraza soleada porque le estresaba la sombra, se sentó a una mesa, pidió una cerveza y encendió un cigarrillo. Exhaló una bocanada de humo y se sintió mejor. Pero había prometido a su mujer dejar de fumar y su alegría no era perfecta estaba manchad apor los remordimientos. Se preguntó una vez más por qué fumaba, se respondió una vez más que porque estaba estresado. Un círculo vicioso. Sacó la plaqueta de su bolsillo y empezó a leer.

" Etapa primera. No se deja de fumar de un día para otro. Fumar es una adicción y hay que preparar su mente para combatirla. Por eso, tiene que acostumbrarse a la idea, y elegir una fecha precisa para dejarlo. Cada día, al levantarse, tiene que tachar la fecha en el calendario, calculando los días que le separan de esta fecha. Y después, tiene que preguntarse porqué fuma ".


Ramón pensó que esta pregunta ya se la había hecho muchas veces y que no había servido para nada. Eligió una fecha, una fecha muy simbólica: la del aniversario de su boda. Sus pulmones se vaciaron de la última bocanada de humo y su corazón se llenó de esperanza y ánimo. Corrió hacia la casa. Al entrar gritó: Como de costumbre empezaron los sarcasmos, luego los gritos, los insultos: la riña conyugal en todo su esplendor. Como de costumbre los vecinos aporrearon las paredes y amenazaron con llamar a la policía. Como de costumbre Ramón salió a la calle para fumar y calmarse. No es culpa suya si tienía estrés...

A la mañana siguiente, Ramón leyó el secundo punto del método:

"Etapa dos: hay que deshacerse de todo lo que le recuerde el tabaco, es decir el mechero, los ceniceros, las cerillas..."


La lista era larga, muy larga, además Ramón añadió amargamente: "¡el placer! Hay que deshacerse también del placer". Esperó a que Lucrecia se hubiera ido al trabajo para tirar al cubo de basura todas las reliquias de la religión a la que estaba renegando. Logró rechazar las ganas de encender un cigarrillo para festejar el momento histórico. En cuanto Lucrecia cerró la puerta, se incorporó (desde que había sido despedido por fumar demasiado en la oficina y por poner en peligro la salud de sus compañeros, se levantaba a las tantas), se levantó y aplicó su plan.

Con un martillo rompió en mil pedazos los ceniceros de cristal que reunió en medio de la mesa del salón, como un trofeo, hundió el mechero en el agua del inodoro y tiró de la cadena pero se retuvo de hacer lo mismo con los paquetes de cigarrillos que finalmente lanzó por encima del armario. Advirtió que algunos trocitos de vidrio habían rayado el barniz de la mesa, entonces, los puso en un trapo rojo olvidado en el respaldo de una silla, hizo un bulto que fue a tirar al contenedor en la calle. Por fin, decidió celebrar su victoria con unos mojitos y unos gin tonic. Los últimos calimochos borraron lo que le quedaba de lucidez.

Un cubo de agua fría le despertó. Estaba tumbado en las baldosas de la cocina. Ramón se largó, estaba mareado, tenía resaca, y para mejorarse conocía un medio infalible: fumar un paquete entero de cigarrillos, un cigarrillo tras otro, pero estaban encima del armario. No tuvo otra solución que ir al bar para pedir tres paquetes y un Cuba Libre, ya que la Coca-Cola no tiene alcohol.

Recuperó sus ánimos después de haber vomitado sus cuatro Cuba Libre. Con sabor a vómito en el paladar y brumas de resaca en el cerebro, pronto se arrepintió. Había hecho todo el contrario de lo que deseaba. Leyó el tercer punto:

"Etapa tres: evite el contacto con los fumadores".


Se preguntó: Comenzó a deambular en las calles bulliciosas y llenas de gente, tal como le gustaba. El ruido, las luces lo regocijaban. Un hombre salió de una tienda, sacó un paquete de cigarrillos de su bolsillo, lo abrió de un gesto rabioso y vació el contenido en el arroyo. Se volvió orgullosamente hacia sus compañeros que le aplaudieron y lo sacaron a hombros.
Tanta amistad, alegría y confraternidad emocionó a Ramón que se adelantó hasta el arroyo y tiró ostensiblemente sus últimos cigarrillos, pero nadie le hizo caso. Decepcionado, se acercó a los escaparates cubiertos de carteles: fotos de pulmones destrozados y de encías repugnantes. Por suerte, ya no tenía nada que vomitar. Era la sala de reunión de los fumadores anónimos. Alguien le puso la mano sobre el hombro, Fue un poquito largo, conocía a todos y a cada uno una buena palabra para felicitarlo o animarlo. Por fin volvió, tomó a Ramón por el brazo y le ordenó: Por supuesto que sí pensó Ramón. "Dos amigos nuevos a la vez, he matado dos pájaros de un tiro, tengo suerte". Su nuevo amigo le hizo entrar en un club. Se sentaron a una mesa en frente de una pequeña escena. El nuevo amigo habló para poder ser escuchado. nuevo amigo pidió dos mojitos y presentó al saxofonista a Ramón: Él que tocaba de puta madre empezó a tocar algo que se parecía a la vez a un tango y a un jazz. Al reflexionar, Ramón que no conocía nada de música decidió que era tango con un toque de jazz. No encontró nada genial, tampoco los espectadores puesto que los aplausos fueron escasos. El músico genial se sentó con Ramón y su amigo y preguntó, Ramón no sabía nada de este Miguel de Caro, pero aprobó, no iba a enturbiar esta nueva amistad. El nuevo amigo le explicó a Ramón que el músico, de niño, se había vuelto loco por el saxofón y que, siempre soplando en él, siempre con la boquilla en la boca, nunca tuvo la tentación de probar un cigarrillo. Los amigos hablaron (y bebieron) hasta las tantas.

Un bramido ronco despertó sobresaltada a Lucrecia: ¡había un elefante en su habitación!, ¡un elefante con una trompa dorada! Un elefante llamado Ramón intentando tocar un instrumento de música. Resultó una pequeña discusión que se acabó con la llegada de la policía que fue llamada por los vecinos. Al cabo de unas semanas, Ramón no tenía más ganas de fumar y volvió a ver al médico.

Antón Terías febrero de 2013


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