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Don quijote a la pluma
pluma y tintero
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Fallo en las Fallas


Tragaduro estaba muy orgulloso de su apodo. No sabía que le habían nombrado así para burlarse de él: un duro no tiene valor. Pero él, resaltaba el adjetivo duro. No era un ladrón cualquiera. Era duro de pelar. Intentaba olvidar sus años de cárcel en la que se mostraba más dócil, más maleable y sumiso a sus compañeros, unos brutos a quienes temía. Ésos le llamaban Tragapolla.

Sin embargo, su última estancia en la cárcel fue una maravilla. A un mafioso le habían gustado su experiencia y su conciencia y, antes de la liberación de Tragaduro, éste le había regalado el plan del robo del siglo. Un pequeño siglo, un pequeño robo para un pequeño ladrón, pero un plan estupendo. Este plan Tragaduro estaba explicándoselo a sus hombres ya que hoy, por fin, era jefe.

Daba la cara con aire de cara dura puesto que a sus hombres les faltaba disciplina. Eran indóciles y con atención limitada. Pero era él el jefe. Les explicó que atracar un banco era un suicidio, pero que atracar una tienda tienda de compra y venta de oro no lo era. Algunos de sus hombres se rebelaron: Las dos últimas sílabas del insulto azotaron la vanidad del jefe. Sacó una pistola de su bolsillo. Tragaduro volvió a exponer sus planes a sus hombres. Otro latigazo al orgullo del jefe que disparó al insolente. ¿Un mamarracho? ¿él? Con lo caro que le había salido el alquiler del esmoquin, no había podido tolerar el adjetivo. Había visto una película en la que el ladrón francés Arsène Lupin robaba y engañaba con distinción, elegancia, clase, estilo, educación e incluso cortesía. Este ladrón tan refinado siempre llevaba esmoquin. Nadie desconfía de los que llevan esmóquines. Era el secreto y Tragaduro lo había descubierto.

Falló el tiro, pero volvió la calma. Los tres hombres bajaban la cabeza desviando la mirada, que el jefe decía la verdad. Éste les explicó: Los tres hombres ya despilfarraban el dinero. Al cabo de un rato, uno de ellos, ya pobre, recuperó el sentido de la realidad. Los tres hombres empezaban a creer en Tragaduro. Tenía razón el jefe, lo tenía todo planeado. Pero todavía faltaba la segunda etapa, la más interesante, en la que cobraban... El sueño se volvió pesadilla. Tras media semana de riñas, querellas, berrinches, pendencias, altercaciones, disputas, contiendas, peleas en la que se sacaban navajas o pistola (solo para asustar a los demás, ya que el jefe, el que tenía una pistola ya había utilizado su única bala, y no tenía dinero para comprar otras), llegaron a un acuerdo.

El robo salió tan bien como el viaje (eligieron carreteras desde las que no se veía el mar). Solo fue un poquito difícil y laborioso empujar el monumento fallero porque, debido al peso de oro que debía sostener, había hecho falta una estructura de acero y hasta un poco de hierro colado. A la gente le gustaba este culito frente al banco y lo veía, como una provocación. Los policías nunca habrían podido sospechar que los lingotes estuvieran tan cerca de la tienda. Buscaron por toda toda la ciudad, bloquearon las carreteras, registraron los trenes pero todo fue en vano: volvieron con las manos vacías. Solo los lingotes quedaban por recuperar.

El primer día Tragaduro destrozó sus zapatos de charol hundiéndolos en el agua sucia de la alcantarilla, y al jefe no les gustaba caminar con los pies mojados. Salió para robar unas botas en un escaparate. Pero solo estaban expuestos los zapatos del pie izquierdo. Afortunadamente en las alcantarillas no se notaba ue el jefe llevaba una bota verde y una roja.

El segundo día se entrenó en andar con el pie derecho encogido. Le dolía mucho el pie derecho, pero pensaba en los lingotes y soportaba el dolor. Caminó unas horas. De vez en cuando, subía la escalera para levantar la tapa y situarse. Desafortunadamente, era su primera estancia en la ciudad y no reconoció nada.

El tercer día intentó otra vez encontrar la tapa de su tesoro (pensaba en matar a los inútiles que solo habían empujado el monumento fallero, si encontraba dinero para comprar balas. Se encuentra todo en las alcantarillas). No era demasiado difícil avanzar: al tener poco desnivel, los colectores tienen una pendiente escasa y gran diámetro pero por esta misma razón se sedimentaban los residuos y estaba Tragaduro muy contento de llevar botas que ya estaban tan sucias que ni se notaba la diferencia de colores.

El cuarto día se perdió. Sabía que había casi mil kilómetros de colectores. Escuchó los ruidos, muchos de agua pero unos más raros, como de sirenas. Pensó que eran las de los policías. No le podían ver y estaban en el lugar adecuado cerca del ninot y del oro. Se dirigió hacía el ruido que había desparecido. Por supuesto, tantos días después del robo, los policías no le buscarían allí. Caminó tres horas y llegó al puerto. Las sirenas eran las de los barcos. Por lo menos sabía que se había equivocado, y que tenía que ir en dirección contraria.

Era de noche cuando oyó clamores. Se acercó a una tapa y la levantó para tratar de situarse. Se le heló la sangre en las venas: le quedaban pocas horas. Le había advertido el mafioso: Al menos comprobó que estaba en avenida del puerto, a menos de cinco kilómetros del oro, sin embargo las luces de los hogares mostraban que la cremá ya había empezado. Se puso a correr pero cuando llegó, ya el oro salía del culo del ninot como un arroyo: el oro se estaba fundiendo debido al calor del fuego. La gente empezó una ronda para cantar la canción tradicional de Cataluña en Nochebuena:

"Caga tío
Almendras y turrón
No cagues arenques
Que son demasiado salados
Caga turrones
Que están más buenos
Caga tío, caga tío".

Se habían acabado los sueños. Tragaduro con el corazón roto y el alma partida estaba al punto de salir al aire libre cuando sonó su móvil. Había cobertura en la red de alcantarillo. Era un SMS de sus hombres:

" En cuanto salgas, te matamos".

El triste epílogo de esta pequeña tragedia, lo escribió un periodista del periódico NV (noticias valencianas)

. " El milagro de San Tragaduro

El obispo de Valencia presidió la tradicional misa de apertura de la fallas dedicada al santo local, San Tragaduro.
Se celebra cada año desde el hallazgo de huesos y harapos de esmoquin. Nadie sabe cuántos años el ermitaño vivió en la red de alcantarillado, tampoco porqué eligió este lugar tan simbólico. El obispo vio en él un nuevo Cristo deseando encargarse de lo feo de nuestra civilización: la suciedad de nuestros comportamientos, la obscenidad, las ideas abyectas, es decir, de nuestra basura mental.

Pero ¿cuál es el milagro de San Tragaduro?

El Santo nos hizo conocer su nombre sin que hubiéramos logrado saber nada de él tampoco de sus otros milagros, para que lo celebrásemos la víspera de las fallas."


Antón Terías Febrero de 2012


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