tintero





Don quijote a la pluma
pluma y tintero
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Pepe Carvaldea


El alcalde había mandado a sus consejeros que se reuniesen en la sala del consejo, tenía que informarles de una noticia esencial para la paz de la aldea. Todos habían acudido con un cuarto de hora de anticipación. A la hora exacta, el alcalde hizo su entrada, un monarca omnipotente y temido por sus súbditos. El silencio aplastó a los hombres más que el calor. El zumbido de los bichos ampliaba el suspense de la espera. Se hinchaba como un pavo. Su majestad llevaba una chaqueta de lana, la única que tenía. Era la de su boda en un invierno madrileño, un sábado en el que hacía un frío que pelaba. Nunca, aquel día, habría esperado lograr ser un pez gordo como hoy. Por eso, no había querido venir en mangas de camisas. Habitualmente, se arremangaba las mangas y escupía en sus manos antes de tomar la palabra. Costumbre de campesino de una época cumplida. Pero hoy tenía miedo de que las costuras de la chaqueta no resistieran el esfuerzo, su mujer ya le había ensanchado la chaqueta tres veces y el tejido estaba deshilachado, por comer como un animal, se había puesto como un toro.

Estaba de pie, sudaba gotas como bolas de petanca y no se atrevía a secarlas con el pañuelo repugnante que tenía en su mano crispada. Una sonrisa beata tendía la piel de su sotabarba forrada de grasa temblona. Los consejeros le miraban con ojos de carnero degollado. El alcade disfrutaba de su poder. Habitualmente solo había cuatro gatos en la sala puesto que a los consejeros no les gustaba aburrirse como ostras en reuniones que carecían del más mínimo sentido. El alcalde mascullaba pamplinas insípidas que nadie escuchaba. El alcalde había llegado al pueblo poco antes de las elecciones y el pueblo creía que el gato (apodo de los madrileños) era un perro viejo por el hecho simple de venir de la capital. Al pueblo, era un augurio humorístico que este gato/perro. Al proclamar los resultados (había ganado ya que era el único candidato), los aldeanos saludaban la victoria lanzándose guiños de ojos, riéndose y repitiéndose «el gato es un perro viejo». Por haber creído en el ciudanano, por no haber buscado al mirlo blanco que les faltaba y tratado de convencerle de ser candidato, pronto se cayeron del burro. El alcalde les salió ranas a todos.

El silencio era menos hondo, unas miradas se paseaban en las paredes, incluso los bichos volaban de manera desordenada. El Alcalde se enteró de que tenía que reconquistar la atención de los consejeros: «¡caso resuelto!». Lo había casi gritado y había logrado que volviera la atención. «¡Caso resuelto! De casta le viene al galgo ser rabilargo. A mí no me engañan. He encontrado al autor de las cartas anónimas». Un suspiro de alivio despertó a los consejeros callados. «¿Quién es, que le parta la cara?» preguntó alguien. No iba el alcalde a perder la atención y el respeto de sus consejeros. No iba a revelarselo todo para que regresaran al hogar, dejándolo con el recuerdo amorfo de un éxito de pacotilla. Tenía que aferrase a su público, a atarlo con los lazos de la expectativa.

«Soy el Pepe Carvahlo de la aldea. Investigo con mis métodos, y denuncio al criminal con mis métodos. Sí, un autor de cartas anónimas es un mal bicho, un asesino que mata la paz y la calma del pueblo. Fuí yo el modelo que eligió Montalbán para su personaje de Pepe». El enemigo personal del alcalde se manifestó, no aguantaba la mirada admirativa de los demás al mamarracho de chaqueta de lana. «¡A otro perro con ese hueso!» exclamó, lo que no pudo tolerar el alcalde: «Cállate que en boca cerrada no entran moscas. Lo sabes, por la boca muere el pez. Mientras te quedes mudo eres un buen consejero, escucharemos tus opiniones cuando las ranas críen pelos. En política estás pez, pero cuando se trata de reflexionar un poquito, estás peor. ¿Te acuerdas de la epidemia de ovejas? Todas se morían como chinches. A pesar de los gastos elevados, el consejo municipal había tomado la decisión de contratar a un veterinario y tú, que eres tan tacaño que nunca prestas atención a lo que dicen los demás, volviste a tus prácticas supersticiosas de la Edad Media. Quisiste tirar una oveja muerta al río para ahogar al diablo. Cuando te acercaste al río soltamos un toro, cuando lo viste, te cagaste en los pantalones, creíste que era el diablo él mismo. Casi nos morimos de risa. Aún tenemos en las narices el olor de tu miedo». Los demás soltaron unas carcajadas liberándolos de la tensión. El consejero bajaba la cabeza para no cruzar ni una mirada. Estaba como gallina en corral ajeno. El alcalde estaba seguro de que no iba a interrumpirlo más. Podía seguir vanagloriándose .

«¿Qué sabes tú de mi infancia para dudar de mí? De niño se notaba mi inteligencia razón por la que se acercaron a mí unos famosos. Fue el caso de Montalbán. Venía a mi casa y me estudiaba. Este interés de un escritor hacia mí, el hecho es que le serví de modelo para modelar a Pepe, eso no es moco de pavo. Las lenguas viperinas, las vecinas envidiosas que eran unas víboras decían que había gato encerrado y que tenían la mosca detrás de la oreja. Cotilleaban que el escritor se pegaba como una ladilla porque estaba enamorado de mi madre y que le pelaba la pava. Pero era yo el que le interesaba. Se había enterado de que, aunque siendo niño, era más astuto que un zorro. Sí no lo habéis entendido, fuí yo quien, sin quererlo, le inspiré al personaje de Pepe Carvahlo. Entonces, era de mi deber y de mi competencia investigar el caso del perro sarnoso que quería asolar nuestro pueblo y hacerle pagar el pato». El alcalde era al colmo de su gloria. Nunca sus consejeros le habían escuchado de tal manera o mejor, nunca le habían escuchado y punto. Podía seguir sus explicaciones y disfrutar de este momento muy especial. Estaba como pez en agua.

«Carmen me trajo la primera carta. Como sabéis, estaba puesto que cada uno de vosotros ha recibido una o varias, escrita con letras recortadas de una revista. Su carta era una amenaza de muerte, YA QUE ES UNA MOSQUITA MUERTA, TE VOY A MATAR PARA QUE ESTÉS VERDADERAMENTE MUERTA. Carmen estaba aterrorizada, tan aterrorizada que tuve que inventar algo para aliviarla, y le dije que era la carta de un amante despistado y celoso porque tenía demasiado pretendientes que no se atrevían a declarar su amor. Me creyó y se le subió a Carmen el pavo. Pensé que las mujeres eran increíbles y que incluso a los cincuenta años, incluso con cara de calamar, esperan al príncipe azul. La segunda la recibió el carnicero, era otra amenaza de muerte, DEJA DE DAR GATO POR LIEBRE A TUS CLIENTES PORQUE SI SIGUES ENVENENÁNDOLOS TE ENVENENARÉ YO A TI. Y el mismo día, Alberto recibió una tercera ERES TÚ EL HOLGAZÁN QUE VENDE GATOS AL CARNICERO. TENDRÁS EL MISMO DESTINO QUE ELLOS. Se sabía muy bien que Alberto no ataba los perros con longanizas y que siempre buscaba algún dinero, pero lo de los gatos era falso. La cuarta fue causa de la paliza que Juan dió a su mujer ¿CON QUIÉN SE ACUESTA TU MUJER CUANDO NO ESTÁS? DE NOCHE TODOS LOS GATOS SON PARDOS... Para vender animales de su ganado, Juan a veces viaja varios días, pero su mujer es fiel. El rumor nació por culpa de unas comadres que hablan como unas cotorras. Pero él que no quiere ir a vender fuera, le vende a Antonio que alega los gastos de viaje y la incertidumbre del precio cobrado para pagar la mitad del precio justo. Siempre dice que más vale pájaro en mano que ciento volando. Por eso éste recibió una amenaza anónima: POR EL DINERO BAILA EL PERRO. CON UN DISPARO MATARÉ AL PERRO».

«¡Se ha vuelto poeta!». El alcalde fulminó con la mirada al intelectual que añadió contando con sus dedos: «Dos versos de once pies». El alcalde buscó una respuesta pérfida: «Como el pato, cada paso una cagada. Eso vale para el anónimo y tú mismo. Siempre mareas la perdiz porque te crees un intelectual por haber leído dos libros casi enteros en tu vida». «Protesto, los he leído enteros» contestó el intelectual ultrajado. «Pero no los has leído enteros si tenemos en cuenta que al que me enseñaste, le faltaban dos de cada diez páginas». Era cierto, y el intelectual se disculpó: «A caballo regalado no le mires el diente». «Un intelectual como tú es más raro que un perro verde. Yo he visto bibliotecas llenas de hasta más de treinta libros. No es tan fiero el león como lo pintan y nos eres tan inteligente como lo crees. A tí te gusta buscarle tres pies al gato para fingir que piensas. Pero eres un chiquilicuatro. Solo te queda bailar el chiki chiki con la braga en la mano». La imagen sugerida hizo sonreír a la asistencia. Dos veces ya había logrado unas risas de parte de sus consejos, la ambición del alcalde se hacía más larga que eructo de jirafa. Pero cortó su impulso otro fulano.

«No te hagas más pesado que vaca en brazos y deja de sacudirse como perro mojado. Dinos de una vez quien escribió estas mierdas». El alcade no podía consentir que un administrado le apremiara y le contestó: «Te conozco bacalao aunque vayas disfrazado. Al perro flaco no le faltan pulgas y no quieres que saque las tuyas en público». ¡Tres interrupciones! El alcalde se dio cuenta de que tenía que ir al grano para no fastidiar a sus consejeros. «No voy a sacarte tus pulgas sino hablar de la última carta que era para mí. POR TENER UN HAMBRE CANINA TIENES GRASA DE CERDO, EN CUANTO TE HAGA MORCILLA, YO DEJO EL CUCHILLO. Nuestro intelectual puede comprobar que la amenaza más refinada es la mía. Puedo estar orgulloso de esta deferencia. Pero este mensaje era el mensaje de exceso. No podía permitir más disturbios en mi aldea. No estoy gordo, estoy fuerte como debe serlo un alcalde, soy firme como un roble. Tengo yo todas las patitas en fila, por eso inspiré a Montalbán el personaje de Pepe Carvahlo, no sé si ya os lo he dicho. He averrigado y he solucionado la enigma y todo eso solo en el tiempo de un paseo. Sí, soy un lince». Se calló un rato el alcade. Esperaba unos aplausos: solucionar un asunto tan difícil paseándose... Pero nadie subrayo sus hazañas. Todos estaban colgados a sus labios.

«Me acordé de las quejas del cartero. Carmen vivía en una casa alejada y el cartero bendecía al cielo por no tener correo que entregarle, pero desde que Garmen se había abonado a unas revistas, el cartero tenía que hacer un rodeo largo para traerselas. Entonces fui a verla, estaba quemando revistas. Coje una, tenía páginas con letras recortadas. A Carmen se le había escapado el gato, y ella se había puesto en su cabeza endeble que uno se lo había matado para vendérselo al carnicero. Y luego se empicó en el juego. Ella se había enviado la primera carta anónima para alejar las sospechas. He resuelto el caso y he tomado medidas radicales nunca volverá a pertubarnos. He matado dos pájaros de un tiro. Cumplí con la amenaza de la carta que se envió a elle misma. Carmen era una mosquita muerta y hoy está muerta. ¡Caso resuelto!».

Antón Terías abril de 2012


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