tintero





Don quijote a la pluma
pluma y tintero
Versión para imprimir
UN VIAJE SORPRENDENTE


¡Viajar! Es un placer inefable que permite atravesar numerosos países con poblaciones lingüísticas y costumbres diferentes, conocer una naturaleza, paisajes y ciudades interesantes.
Desde hace mucho tiempo hemos viajado a países extranjeros durante nuestros estudios universitarios y después como profesores de lengua extranjera.
Fuimos al norte de Alemania durante las vacaciones para descubrir los métodos pedagógicos de la enseñanza y asistir a los cursos. Tenemos documentos especiales de parte de la Educacion Nacional. Llegamos a una ciudad «Celle», muy típica, con sus casas edificadas en la Edad Media con vagas vistas en sus fachadas. Estaba ubicada en una región cerca de Hanover al sur y de Hamburgo al norte, en una llanura famosa , florecida con brezas «Die Luneburger Heide». Este brezal se extendía hasta perderse de vista. Los senderos a través de los brazos eran muy comodos para andar muchas horas dentro de una naturaleza fragante con varios matices de rosa según los rayos del sol.
En el instituto nos esperaba una acogida muy amistosa. El profesor, el señor Wulmayer, el más experimentado entre sus colegas, nos invitó a asistir a sus cursos de lengua, de modo que poco a poco se iba desarollando una amistad recíproca, nos invitó a su casa, nos dio así la oportunidad de conocer a su mujer Helga y a compartir de vez en cuando la vida de esta pareja.
El senor Wulmayer se interesaba por la historia de su comarca y como no tenía coche y quería mostrarnos un monumento famoso, que alababa la «batalla del bosque de Teutoburgo» símbolo del coraje de sus antepasados, los germanos, les propusimos a su mujer y a él mismo que pudieran conducirnos hasta el célebre monumento.
«Es el monumento a la gloria de Arminio, que venció a los romanos en el otoño del año 9 antes de Cristo en el enfrentamiento armado, se acabó con una catastrófica derrota de los romanos y con el suicidio del romano Varo » nos dijo con orgullo y añadió: «la frontera del imperio romano se fijo definitivamente en el Rin y los emperadores renunciaron a conquistar ese territorio que se denominó « Germania Magna ».Terminó con esa frase: «Era el símbolo de la fuerza de resistancia del pueblo del norte frente a la invasión ».
El sentimiento nacionalista tan arraigado me parecía exagerado y pensé al mismo tiempo en el desatre que engendró algunos años atrás este nacionalismo superior, ideología dañina y destructiva. Hizo digresiones sobre la rivalidad del norte y del sur como lo vivimos en nuestra época donde se oponen los países del norte mejor organizados y rigurosos que los países del sur menos exigentes con si mismos.
Al año siguiente invitamos a la pareja. Helga se puso muy contenta pensando en una estancia en Francia con amigos que entendían el alemán. Su alojamiento estaba en una albergue muy sencillo frente a la iglesia de la aldea: desde las seis de la mañana tocaban las campanas cada hora. La pobre Helga se quejaba: « No puedo descansar con el toque de las campanas, con el quiquiriqui del gallo de la casa vecina ». Sin parar , el gallo llamaba a las gallinas con su quiquiriqui. Sin parar, se oía el retoque de las campanas. Sin embargo la pareja se sentía muy a gusto en esta comarca tan agradable, auténtica, apacible, aislada del bullicio de la ciudad y se quedaron. Nos invitaron al único restaurante de la aldea , cuyo cocinero compraba patos, gallinas y conejos en las fincas. De menú: conejo en salsa con patatas fritas, flan o tarta, vino a voluntad y café.
Hicimos honor a la sabrosa comida, salvo Helga que miraba los pedazos de conejo con repugnancia y que de repente se echó a llorar, entre dos sollozos dijo: « Esos pedazos de conejo me recuerdan a los pedazos de gato que hemos comido durante la Segunda Guerra Mundial ». Con un vasito de aguardiente volvió de nuevo el buen humor.
Helga, como muchas mujeres que se quedaron solas con niños que criar. El marido en el ejército, había sufrido los bombardeos tanto de día como de noche, horas infinitas en los sótanos, los sonidos estridentes de las sirenas, el terror, las frustraciones, las privaciones, el hambre.

Helga era una mujer con los nervios estropeados de tantos esfuerzos para sobrevivir, ocultaba con dificultad su debilidad: tenía pavor al entrar sola en un ascensor.
A pesar de que vivía ahora en los tiempos de vacas gordas, no gastaba ni un céntimo y recuperaba cada pedacito de pasta en el molde.
Los años pasaron y nuestra amistad perduró gracias a las cartas que forjaron el lazo entre las familias, y que marcaron como los mojones de la carretera los acontecimientos de la vida: fiesta de Navidad, Año Nuevo, de un cumpleaños, de una boda, cartas enviadas desde países lejanos, desgraciadamente, noticias de divorcio y de muerte que alternaban al hilo de nuestra vida.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el señor Wulfmayer sirvió en el ejército de tierra en Noruega. Los alemanes ocuparon el norte de Europa, se instalaron en Dinamarca, Suecia, Noruega y Finlanda.
Nos propusieron organizar un viaje a Noruega, hubiéramos preferido en realidad los países cálidos del sur de Europa, sin embargo aceptamos la propuesta.
Nuestro coche en esta época era de la marca francesa Citroën recién salida al mercado: un DS 19 Citroën. Si lo pronunciáramos en español sería: una diosa. Era una verdadera diosa, capaz de aguantar kilómetros y kilómetros sin que los viajeros se cansaran tan incomparable era el confort, una verdadera revolución en el dominio de la técnica: se podía alzar la carrocería para atravesar un arroyo o subir en la acera sin problemas, cortaba el viento gracias a su forma aerodinámica.
Fue un itinerario mágico. Desde Alemania el Ferry-boat nos translado a Dinamarca. En Copenhague nos esperaba « la pequeña Sirena ».  Habíamos soñado con su cuerpo delgado terminado en una cola de pez.
Algunos días, antes había ocurrido una catástrofe: imbéciles, tontos, estúpidos, los calificativos pueden ser infinitos. Era tan grande nuestra desilusión: ellos ¿Quiénes? habían degollado a la pequeña maravilla  que así tenía una postura ridícula y penosa.

Entristecidos y digustados continuamos nuestro viaje por Suecia, en Göteborg y llegamos por fin al final de nuestro proyecto: Noruega.
Las selvas de abedules, muchos troncos blancos se extendían hasta perderse de vista. De la uniformidad de este paisaje emanaba cierta paz, que nos sosegaba tras el cansancio que habíamos aguantado. Imaginábamos los trolls escondidos en las ramas de los árboles que nos miraban con recelo.
Desde Oslo atrevesamos la altiplanicie central, inmenso territorio casi vacío, hasta Bergen. Aquí está la vida animal salvaje en su estado puro: ciervos, renos, oso pardos. De vez en cuando se veían albergues de madera , de color rojo, que atraían de lejos la atención.
Los noruegos querían mostrar el panorama de su civilisación. En lugares preservados habían elaborado casas de madera construidas según una técnica antigua: en el techo crecían plantas. En el interior de las casas teníamos la impresión de vivir en el siglo pasado: los muebles, la vajilla en la mesa puesta, el adorno reflejaba la manera de vivir de los antepasados. Hermosas doncellas, vestidas con ropa floklórica hacían los honores de la casa. Eran como nos las habíamos imaginado: altas, cabellera rubia, ojos azules, tez delicada, sonriza afable.
Nos explicaron que los incendios habían quemado las iglesias de madera de las aldeas. Cada casa estaba provista de escaleras de cuerda para que los habitantes se salvaran rápidamente,
El señor Wulfmeyer nos propuso visitar en el norte de Noruega a una familia conocida durante la Segunda Guerra Mundial.
Llegamos a las cinco de la tarde a Trondheim. La acogida de la familia fue amistosa. El señor Wulfmayer y su esposa se quedaron horas y horas con la nueva compañía, bebiendo café y comiendo bizcochos, mientras que paseábamos por la ciudad hasta las dos de la mañana.
En este periodo del año a penas si se veía una diferencia entre la noche y el día.
El sol de medianoche dura desde el 21 de abril hasta el 21 de julio y la oscuridad empieza el 21 de noviembre hasta casi finales de enero.

Al día siguiente, el señor Wulfmayer apareció en un estado raro, sobrecogido, como si estuviera embriagado. Se puso a contarnos los acontecimientos que habían marcado la guerra. Pienso hoy que vivía otra vez esta época de guerra que lo trastornaba.
Se puso a contarnos que los Noruegos no querían a los alemanes y que habían encontrado trampas peligrosas para asustarlos y desalentarlos. A nosotros en el ejército alemán: el rumor de que las cascadas estaban envenenadas no podíamos aprovechar el agua fresca de las montañas y añadió:
Como entendía el noruego y además hablaba inglés, con esas competencias, mis jefes me convirtieron en agente secreto, de tal manera que en las tabernas donde se reunían jóvenes y ancianos, estaba siempre al acecho.
Sabían que se bebía aquí alcohol y demasiada cerveza. Así soltaron la lengua y se pusieron a hablar. Memorizaba las conversaciones, se trataba de sabotaje de trenes, de bombas en los carteles de soldados, de emboscadas al paso de convoyes, de ataques para liberar a los prisioneros noruegos.

Conmovido por tantos recuerdos, seguía sin embargo con su relato: 
De regreso al cuartel enviaba, desde el aparato radioemisor, las informaciones con fechas y detalles de personas y hechos.
«Nunca supe las consecuencias de mis envíos, pero de vez en cuando oía que algunos habían sido fusilados por hechos graves cometidos contra el enemigo».
No teníamos ganas de interrumpirlo o de hablar, sino hubiéramos pensado que hubiera podido ser el mismo relato, contado por la resistencia francesa o de cualquier nacionalidad: «eran tiempos de guerra».



Simonne, Enero de 2011.


Volver al inicio de la página