taller de escritura





Don quijote a la pluma
pluma y tintero
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El perroflauta echa chispas


1 - Cómo Lázaro se volvió celoso.


El fulano habría podido oír el cumplido, pero, aunque no fuera temerario, Lázaro no dejaba de echar chispas. Según Lázaro, el mundo estaba poblado de memos conformistas uniéndose a Pérez-Reverte para que se cumpliese el «genocidio perroflauta». Uno (Lázaro) estaba a favor del amor a la gente y la felicidad de todos, otros (es decir, los demás) estaban a favor de la muerte de los pobres y el amor del dinero. A Lázaro la gente, o le caía estupendo, o le caía fatal. Y a él le caía fatal el nuevo profesor, para todo, Lázaro tenía excusas.

El nuevo profesor de lengua y literatura debía de tener miedo a sus alumnos y desconfiaba de ellos o, al contrario, debía de creer necesario provocarlos porque andaba con trajes muy elegantes en los pasillos de la universidad mientras que vestirse como los indignados estaba de moda entre los estudiantes. Ya fuera porque se quería dar un aire altivo, o porque fingía serlo, miraba con condescendencia al pueblo estudiantil que no se lo perdonaba. Por consiguiente, el pueblo estudiantil riéndose silenciosamente al oír la apreciación de Lázaro conservó las dos primeras sílabas para apodar Quepín al nuevo profesor. Pero podría ser que Quepín hubiera oído el cumplido porque, el primer deber que dio fue una lectura comentada del artículo de Pérez-Reverte en el Xlsemanal Okupando a Góngora. Lázaro explotó: Si una chica no le hubiera dado calabazas a Lázaro, éste no habría sido mortificado por lo de la higiene corporal. Pero la chica le había rechazado diciéndole: Las amigas de la chica se rieron a carcajadas y Lázaro se pusó tan colorado que tuvo que huir. Con todo lo que había soñado con esta chica... Se prendó de Ludmilla el día en el que la vio por primera vez, fue un flechazo tan violento que se quedó en blanco. No entendió Lázaro la primera vez la alusión. La voz suave de Ludmilla lo había envuelto en un capullo nebuloso y azucarado de éxtasis intemporal. Sin embargo, había notado inconscientemente, que sus compañeros habían estallado en grandes carcajadas, pero al día siguiente, se enteró de que no había sido una risa de amistad, sino que había sido una de burla: Lázaro era más bajo que Ludmilla.

Lázaro tan pronto esperaba como desesperaba, por lo tanto se decía que era un poco ciclotímico. Primer amor, primera herida. Era de altura pequeña pero de grande valor. Tenía que demostrarlo enfrentándose con Quepín. Y primer asalto: una ducha. Lo bueno es que a cortita talla, cortita ducha...

Oliendo a jabón, se sentó en clase sin haber visto a Ludmilla a pesar de haberla buscado en todo el campus, así que se le había oscurecido la luz del día. Siempre se sentaba al lado de Alberto, por lo que éste advirtió el cambio. Quepín había llegado. Nunca hubiera podido sospechar el efecto de su observación sobre la higiene pues, no percibió la nueva apariencia del estudiante. Se subió a la tarima, dio la espalda al grupo de alumnos y escribió en la pizarra «fascista, racista, machista, violento, homófobo y misógino -etiquetas que en España suelen atribuirse en bloque a cualquiera que no se baje los calzones». Terminó la cita puntuando tan fuerte que rompió la punta del rotulador. Un portazo interrumpió al profesor que hizo una mueca exasperada ya que no podía tolerar que alguien mermase su autoridad mas abortó su ira tan pronto como advirtió que Ludmilla lucía una sonrisa confusa pero irresistible en el umbral de la aula. Sin esperar una respuesta, fue lentamente a sentarse. Los estudiante y el profesor la siguieron con la mirada hasta que estuvo instalada en su escritorio. Ludmilla puso una cara admirativa e interrogativa para invitar al profesor a seguir su curso. Entonces, ¿que pensáis de la cita que acabo de escribir? Muy orgulloso de tener razón, Lázaro echo un vistazo hacia Ludmilla para comprobar si se había enterado de que no era el enanito Mudito, pero Ludmilla copiaba scrupulosamente la cita en su cuaderno mientras que el profesor matizaba: Lázaro se sobresaltó: Ludmilla levantó la mano e iba a contestar, No, hoy en día pensaba Lázaro, los chicos no eran así, sino refinados, respectuosos, tolerantes, solícitos. No podía Lázaro dejar a Ludmilla equivocarse de tal manera. Ludmilla se giró hacia Lázaro y le dirigió una mirada desdeñosa y sarcástica. Esta réplica hizo prorrumpir en grandes carcajadas de risa todos los estudiantes, e incluso a Quepín que hacía esfuerzos visibles para contenerse. La réplica de Ludmilla, admás de hacerle reirse, parecía entusiasmarle. Algo intolerable para Lázaro. No podía quedarse en blanco otra vez, La excitación iba subiendo. Los estudiantes se acaloraban, el profesor debía devolver la calma, parar los silbidos, los comentarios, las risas, las observaciones salaces y verdes. Los estudiantes se apresuraron hacia la salida, unos para tomar sol en los jardines del campus, otros para encerrarse en la cafetería. Lázaro se sentó en un banco en frente de la puerta de la aula. Fue de los primeros que salieron. Tenía que ver a Ludmilla y hablarle fuera de la mala influencia de Quepín. Su intuición le aseguraba que Quepín, bien tenía una mala influencia, bien tenía influencia execrable. Cuando Alberto se sentó a su lado, Lázaro dijo, como escupiendo: De repente se abrió la puerta y Ludmilla salió resplandeciente. Iba sin prisa como vigilando algo. En el instante en el que se oyeron los pasos del profesor, se le soltó a Ludmilla su carpeta. Ludmilla había ovidado cerrarla con las gomas, por lo que, sus hojas se echaron a volar como un montón de mariposas. Ludmilla se puso de rodillas para recogerlas. El profesor se puso también de rodillas para ayudarla. Recogierion juntos la última, se miraron y se sonrieron.
2 - Cómo Lázaro se volvió poeta.

Los días siguientes, Lázaro se sentó en todos los bancos del campus, figiendo leer el libro de Lazarillo. En verdad, miraba de reojo por encima de las páginas. Varias veces, vio a Ludmilla y su corazón se puso a latir más fuerte, pero ni tuvo pretexto suficiente para abordarla, ni el valor de hacerlo. Se había vuelto tímido. Se había enterado de eso y también que Tímido era otro enanito enamorado de Blancanieves. Al largo del día, Lázaro encontraba motivos para quemarse la sangre (no era machista sino masoquista), pero cada noche se adormecía pronunciando y repitiendo el nombre de Ludmilla con sus consonantes líquidas llenas de suavidad, de gracia, de ligereza, de sedosidad, de delicadeza. Era el mejor calmante. Sin embargo, en la víspera de la segunda clase de Quepín, tuvo menos efectos porque Lázaro acababa de leer el tratado primero y esta lectura no le gustó.

Al llegar a la universidad, Lázaro fue a ver a Alberto. Mientras que los estudiantes llenaban el aula, Lázaro buscaba a Ludmilla con una mirada preocupada. Llegó penúltima, poco antes de que Quepín apareciera: casí juntos. Lázaro se puso muy nervioso. Ludmilla eligió una silla en la primera fila frente a la cátedra. Viendo a la chica y a Quépín intercambiar una mirada, Lázaro presintió que era un juego de enamorados y se contrajeron sus entrañas. No se acordaba Lázaro de que el profesor le hubiera pedido a Ludmilla que les dijese su nombre Alberto dijo en voz baja a Lázaro, «¡mira cómo le hace la pelota!». Lázaro estaba incómodo. Unas cochinillas le estaban comiendo las entrañas, tenía una piedra pesada en el estómago, un ataque de celos le anudaba los intestinos. Hurgaba en sus heridas repetiéndose: «están follando con palabras, cada réplica de Quepín la pone a cien...». Pero fueron risas y no sonrisas las que surgieron en la aula. Hubo miradas evocadoras. Ludmilla giró la cabeza hacía Lázaro. Éste encontró crueldad en la luz fría y sin embargo admirable de sus ojos. Lázaro tenía que intervenir, tenía que poner fín a este juego inmoral. Se roía los sesos para decir algo, decir cualquier cosa e impedir este intercambio pernicioso, sí, decir cualquier cosa. Un estudiante entonó la canción del héroe:

«Su espada no fallará
zorro, zorro...»


Apenas otros hubieron empezado a unirse en un coro, les cortó secamente el profesor: La pregunta sorprendió a Lázaro de tal modo que vaciló un rato en responder: Mientras que se haya ido a la guerra, Lázaro encontraba a un amigo. Siempre que iba a cazar, se convertía en caza. Todos lo miraban como sí Calíope le hubiera puesto corona de laureles en la cabeza. Tan desconcertado y estraviado que estaba, tuvo el placer y el asombro de oírse responder, ya que la mirada de Lumilla había cambiado: Lázaro no se lo podía créer, ¿él? ¿ poeta? Nunca había tenido ganas de escribir, decía que era tiempo perdido y que actuar era más eficaz. Sin embargo, a las chicas les encantan recibir poemas de amor porque les encantan que hablemos de ellas. La mirada de Ludmilla era evocadora y atrayente. No debía de ser muy difícil escribir un poema. Lázaro se acordaba que en la primaria e incluso en la infantil, sabía de memoria todos los poemas. Bastaba empezar para que la pluma corriese sola y sin esfuerzos. Estaba seguro de que, al leer el poema, Ludmilla caería como una mosca enbriagada con la miel. ¡Como una mosca embriagada con la miel! Ya tenía el título. Ludmilla en el papel de la mosca y él en el de la miel.¡Cómo abrazaría a la mosca... perdón, a Ludmilla!

Ya no escuchaba a Quepín, hacía falta que escribiese su poema en el instante presente. Cogió una hoja en su carpeta con anillos y eligió su bolígrafo de tinta azul. Había comprado esto porque la tinta azul le parceía muy distinguida. No se puede escribir poema sin tinta llena de espiritualidad. Escribió el título «Como una mosca embriagada con la miel», luego se detuvo. Empezaban las dificultades. Su inspiración le hablaba con voz tan baja que no oía nada. Miró a Ludmilla ¡Cómo era hermosa su mosca! Merecia esta chica un poema divino. ¿Existiría un manuel para escribir poemas divinos? No, ningún poeta iba a revelar sus secretos con vista a que un lector lo superase iniciándolo ale arte de la poesía. Y su primero poema ¿con rimas o con versos libres? Escribir versos libres sería más fácil que buscar rimas, pero solo había aprendidos poemas con rimas. Las rimas facilitan la memorisación, son un guía...

«Una mosca muy hermosa,
Y de suave piel,
El amor buscaba
Y encontró la miel»


¡No tan mal! Casi perfecto y de la primera vez. ¿Sería un soneto? Se acordaba de que el soneto era una joya poética. Una joya con reglas muy estrictas. Algo como ABBA (no el grupo musical el arreglo de las rimas) CDE o no sabía qué exactamente... De repente le volvió a la memoria Canción Sevillana de Frederico García Lorca que había aprendido en el cole.

«Abejitas de oro
buscaban la miel»

La Ludmilla de Lorca se llamaba Isabel

« Está en la flor azul
Isabel »

Era una abejita pero Lorca tuvo la misma idea a proposito de la miel y de los bichos. Además, estaba en la flor azul, azul como la tinta de su bolígrafo. Eso era un señal, eso era talento. Pero, a veces, Lorca tenía ideas hace falta decirlo. Lázaro tachó mosca en el primer verso y escribió mosquita, ¡mucho mejor! Abejita y mosquita son más cariñosos. Pero no todo era bueno en el poema de García Lorca:

«Silla de oropel
para su mujer.»

El oropel es una materia vile que imita al oro. Lázaro era de los que pienan que un alma noble elige elementos o materiales nobles. En la casa de su abuela, siempre le había impresionado la elegancia de unas cortinas de terciopelo. Terciopelo, una palabra rica y un tejado suave. ¿Una rima en o para terciopelo? ¡Eso es, pelo!

«cómodos son tus pelos
como sillita de terciopelo»

Pero lo del moro, no lo entendía:

«sillita de oro
para el moro».

¿Qué tenía que ver este moro con Isabel y Ludmilla? ¿Se imaginaba que iba a hacer un harem? ¡Faltaría más! Es verdad, a veces, Lorca escribe tonterías como en Las estrellas:

«Las estrellas
No tienen novio».

No es una licencia poética sino una estupidez. ¿Quién a visto eso, estrellas teniendo novios? Él, Lázarillo, sería un poeta racional. Y para seguir el poema algo más sugestivo como:

«Mosquita mía
la miel te abraza
te chupa tus patas velludas»

Antes que hubiera empezado, nunca hubiera imaginado ser capaz de escribir algo tan bueno como: Mosquita mía. Todo su amor en dos palabras. Ahora sabía que lo pudiera. No obstante, incluso el amor se rinde ante del ruido. Un ruido infernal, no respectuoso del trance creativo. El profesor se obstinaba en alabar una obra pasada, antiguada y olvidada.
3 - Cómo Lázaro se volvió a echar chispas.

Lázaro aprovechó las clases siguientes para pulir su poema. Le ocurrió buenas ideas para poetizar sobre la reproducción de las moscas y escribió unos versos inolvidables. Después de mucho reflexionar, había añadido para que todo estuviera claro y que no se equivocase Ludmilla:

«Eres tú mosquita mía
Ludmi mía
Soy yo la miel
Que siempre te estará fiel»

¡Qué hallazgo este Ludmi mía en lugar de Ludmilla! Y para formalizar este compromiso, se había inspirado de la última linea del artículo de Pérez-Reverte:

«Y así lo escribo
firmo y rubrico.
Para que conste.

Tú Lázaro»

Era el último día en el que se estudiaba la vida de Lazarillo, o mejor de Lázaro ya que ahora era adulto. Este día era el día D. Antes de que empiezara la clase, Ludmilla solía ir a preguntar al profesor en su cátedra. Este día, Lázaro había aprovechado este momento para deslizar su poema en la mochilla de Ludmilla. Era la estocada. Oía más que escuchaba las palabras del profesor, estaba esperando que Ludmilla encontrara su poema y lo leyera. Alberto le dió un codazo. Los ojos de Lázaro echaban relámpagos, ya cerraba los puños, se le estaban hinchandos las narices. Alberto tuvo miedo de que lo hiciera al instante, en clase. Ahora Lázaro estaba de mala leche. Y esta boba de Lumilla tragándose cada palabra de Quepín... son todas iguales las mujeres, les atraen el prestigio del uniforme o de la función como un aíman. Lázaro había hablado demasiado fuerte, no podía contenerse, cotillear es arte de gente mala, y ¡había mucha en esta universidad! El murmullo de los estudiantes se paró bruscamente. Los estudiantes conocían o sospechaban la razón de la pregunta de Lázaro. Todos estaban curiosos de escuchar la repuesta de Ludmilla. Silbidos y risas volvieron a galope. Unos fingían desmayarse de amor, otros dibujaban un corazón con las manos juntas o se clavaban la flecha de Cupido. El profesor consideró urgente restablecer la calma. Otra vez este cabrón le agradecía. Lázaro pensó que era un hipocresia más. Se puso nervioso notando la mirada dulce y cariñosa que el profesor le dirigía a Ludmilla. El profesor, siempre prefería lo que decía Ludmilla. ¿Sería verdad lo del hotel? Se quedó en su silla y vió los estudiantes salir. Antes de pasar el umbral el profesor se volvió para admirar la gracia de Ludmilla. En este instante, Lázaro supo que había perdido la batalla.

Ludmilla también, se había quedado en su silla. Registraba su mochilla buscando algo. Al cabo de un rato encontró un sobre azul, esbozo un mohín de sorpresa. Del sobre sacó el poema. La angustia oprimía el corazón de Lázaro.

Ludmilla leyó el poema, lanzó una mirada asombrosa a Lázaro, volvió a leer el poema, se levantó y se dirigió hacia Lázaro que casi se desmayó. Ludmilla blandió la hoja. La ira de su ángel dejó estupefacto a Lázaro. Ludmilla desgarró la hoja en mil pedazos y los tiró a la cara de Lázaro, como tantas mariposas que le recordaron la escena de la seducción del primer día, Quépin y Ludmilla de rodillas y soriéndose. Luego, Ludmilla recogio sus cosas, las metió en su mochilla y salió dando un portazo. Esta vez había sido más fuerte que el muelle. El portazo despertó a Lázaro que se levantó a su turno y dio una patada a su silla. Los estudiantes se habían reagrupado detrás de la puerta para escuchar. Lázaro puntuaba con una patada cada insulto. El perroflauta echaba chispas.

Antón Terías, enero de 2012.


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